Demasiadas veces olvidamos que hay personas que, por distintos motivos, no tienen para comer. Ya no solo en África, Asia o América -como nos tienen acostumbrados los medios de comunicación-, sino también vecinos de nuestros propios barrios. En estos días de opulencia y derroche, en torno a la alimentación en la mayoría de mesas de este rincón del Mediterráneo y de otros hogares del mundo, es entristecedor pensar que el hambre aún existe.
Aquí, en Barcelona, por ejemplo, con un simple paseo disponemos de una gran variedad de establecimientos repletos de comida y de productos comestibles, y en algunos de ellos incluso abiertos las veinticuatro horas. Siguiendo en el contexto ibérico, tanto en los pueblos como en las ciudades medianas, hay disponibilidad de alimentos: en tiendas, en colmados, en mercados municipales, en mercados ambulantes. Aunque, si es verdad, que en muchos micropueblos es necesario disponer de un vehículo para poder ir a un pueblo cercano, más grande, y así poder abastecerse de víveres. Sin embargo, hablando siempre del mismo ámbito geográfico, según los ingresos disponibles, uno puede o no acceder a ellos, a más o a menos. Por eso, personas con menos recursos no tienen un acceso regular a alimentos inocuos, nutritivos y suficientes, y de ahí que muchos hagan cola a las puertas de organizaciones de caridad para llenar sus carros.
Nacer en un punto u otro del globo, no es lo mismo.
Millones de resultados salen en Internet al poner en los buscadores «soluciones contra el hambre». Como ya hemos comentado en nuestras reflexiones anuales, una de esas es sin duda una mejor redistribución de la tierra y el abandono de los monocultivos, y por tanto, el derecho a una soberanía alimentaria o, lo que es lo mismo, el derecho a decidir qué es lo que quieren cultivar sus habitantes para autoabastecerse. Y es que no puede ser que donde se producen grandes cantidades de alimentos, sean sus habitantes los que más hambre padecen. Ya sea porque las tierras no son suyas o porque se ven abocados a trabajar en monocultivos u otros trabajos a cambio de retribuciones muy bajas, que ni siquiera ayudan a pagar por la comida. Lo que falta es una verdadera voluntad de los gobernantes para llevar a cabo políticas valientes. Es momento de grandes políticas y mucha educación.
Pensar y escribir sobre esto, desde la cómoda posición de alguien que tiene una despensa y un frigorífico y vive en una sociedad que tira alimentos a la basura, resulta incómodo, si bien lo creo necesario. Mientras llega el cambio, nos dicen que todos podemos contribuir a ello realizando acciones a pequeña escala: como la forma de comprar, donde comprar, conociendo el origen de los alimentos o el cocinado de los mismos. Sinceramente, no creo que eso sea suficiente.
Si bien, las acciones descritas en el párrafo anterior intentamos practicarlas en casa. Siguiendo el hilo de que todo se reduce a políticas, una de estas políticas debería enmarcarse en el cambio en el sentido más amplio de la palabra. En este contexto, últimamente estoy indagando mucho sobre el concepto del voto de pobreza -vida de austeridad- y como aplicarlo fuera del contexto religioso. En medio de esta búsqueda, me he topado con una entrevista a Paul Kingsnorth, donde dice que «los cambios que necesitamos generar conllevarán que todos nosotros tengamos que empezar a vivir de una forma más simple y más austera», pero también con este artículo de Ángeles Caso titulado «Lo que quiero ahora». Por tanto, hacer este voto, puede ser una de esas acciones. Entendiendo dicha acción como la dejación voluntaria de todo, o casi, lo que se posee a nivel material. Y es que la pobreza no debería tener nada que ver con ser infeliz, humilde o cualquiera de los adjetivos que la RAE hace de la cualidad de pobre. Más relaciono el hecho de no tener lo necesario para vivir con dignidad: comida, vestimenta y techo, al término necesitado, como así mismo lo define el mismo diccionario.
Y es que se puede ser tremendamente feliz, con prácticamente nada. Como ya hemos visto a lo largo de estas 259 propuestas, su origen radica, en la mayoría, en la humildad tanto de la gente que los ha hecho como de los ingredientes que se usan. Sin ir más lejos, las que os hemos propuesto este mes: la sopa de farigola o la ensalada repelada. Conclusión: pensar y no dejarse llevar.
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comida
nada
1 – .
y siesta
2 – Inexistente.