En la antigua época romana solo había dos estaciones: una muy prolongada y la otra, breve. La primera, compuesta por la suma de lo que hoy llamamos primavera, verano y otoño, mientras que la más breve era el hibernum tempus, nuestro invierno.
La estación más prolongada se llamaba ver, veris, palabra que dio lugar a nuestro verano, pero en un momento determinado de la historia el comienzo de esta larga estación se pasó a denominar primo vere (primer verano) y más tarde, prima vera, de donde salió lo que en castellano llamamos primavera, mientras que la época más calurosa tomó el nombre de veranum tempus (verano). A pesar de esta fragmentación, el período más cálido todavía era el más prolongado, hasta que en cierto momento su período final, el tiempo de las cosechas, fue llamado autumnus, cuyo vocablo llegó a nuestra lengua como otoño.
Estos días de confinamiento debido al coronavirus, causante del COVID-19 que está afectando a muchas personas en el mundo, están dando para muchas reflexiones, más de las habituales, pero también para poner en práctica todo aquello que a veces se queda flotando en el aire en forma de buenas intenciones, y que por ese engañoso concepto de falta de tiempo vamos dejando, convirtiendo esas intenciones en una mochila muy pesada, difícil de seguir cargando con el paso de los días. Por ello, aunque en la última reflexión, donde hablaba sobre el concepto de ayunar, me propuse tomar un descanso narrativo, estos primeros días de aislamiento he decidido que a lo largo de este año, cada inicio de estación, publicaré un texto en torno a la idea de temporalidad y su conexión no solo con la comida sino también con todos los ámbitos de la vida. Hablaremos de las cosas importantes, al menos las que lo son para nosotras.
«Ni primavera sin golondrina, ni despensa sin harina».
– Refrán.
La semana pasada me topé con esta viñeta titulada ‘Una modesta proposición’ de Miguel Brieva que se preguntaba lo siguiente: ¿Qué tal si aprovechamos esta situación tan compleja como extraordinaria para sacar algunas cosas en claro?. En dicha ilustración, enumeraba nueve puntos clave para sacar algunas lecciones valiosas frente a la oportunidad que se nos presenta como sociedad.
En casa, algunas de ellas ya las tenemos en cuenta. Como por ejemplo: priorizar la lentitud frente la prisa o viajar de una forma respetuosa, buscando la autenticidad de los paisajes que se suceden, kilómetro tras kilómetro, apostando por lo local frente a lo masivo, entre otras. En este sentido, desde la perspectiva minimalista y verde construimos nuestra existencia: presente y futuro. En cuya construcción, basada en lo sencillo, hay muchos caminos posibles y cada uno tiene que encontrar el suyo. En esta travesía, nosotras llenamos el alma con la practica del caminar como proceso creativo y la gastronomía, especialmente la casera. Esos largos paseos por el campo, las desconexiones en los jardines de la ciudad, las partidas de dominó y parchís en la furgoneta con la brisa veraniega, tardes de domingo de sofá y peli, la copa de vino frente un atardecer, los sábados de comida y siesta con unos spaghetti con tellinas, cocinar juntas, reír, cantar… y poco más.
Se comenta que lo peor de estos días de recogimiento será el aburrimiento. Vivimos, o hemos vivido, en una sociedad de hiperconsumo, no solo de cosas materiales sino también de ocio. Agotadora, por cierto. En casa, hace años que practicamos el ‘desconsumo’. Y en esta línea, creo que el aburrimiento es necesario. Necesario para focalizarnos en lo esencial en esto que llamamos el arte de vivir.
En este momento de la historia, y hablando siempre desde la experiencia de alguien que vive en la sociedad mediterránea occidental, el concepto de ‘despensa para pasar todo el año’ no tiene mucho sentido. Disponemos de alimentos en abundancia en todo momento, quizás demasiados. Recordad que mucha comida acaba en la basura. Por ello, las imágenes de estos días de gente arrasando los lineales de los supermercados de forma compulsiva son entristecedoras. Cuanto más se atesora, menos se deja para los demás. La moderación, aplicable tanto en la comida como en todo en la vida, es la clave para afrontar este distanciamiento. Al igual que pasar más tiempo en la cocina, cocinando, puede convertirse (sobre todo para los que no lo soléis hacer habitualmente) en una maravillosa terapia. Y es que, si tenemos que permanecer en nuestras casas, por el bien de todos, digo yo que tampoco hace falta comer tanto. Menos ejercicio, menos calorías. Así de simple, ¿no? Mucho en que pensar, sin duda.
«Si la primavera es floja, quita la mitad del pan y la del mosto».
– Refrán.
En esta línea, comprar un paquete extra de algún grano: arroz, mijo, alforfón, etc., no está de más. Tiene toda la pinta que este apartamiento va a ir para largo. Pero no hay que abusar. Por ahora y sin ser pesimista, como ya se ha dicho el abastecimiento está garantizado. A la larga, el acopio de productos no perecederos puede ser contraproducente, ya que lo más probable es que queden olvidados en el fondo del armario, y por tanto se echen a perder. Lo más importante, el especiero. Tener un amplio abanico de especias en la cocina nos ayudará a transformar una misma base en distintas recetas y sabores. En casa, las especias son una de esas cosas importantes.
Como fotógrafa y jardinera, pero también viendo por las tardes en La2, antes de cenar, la serie documental Les Carnets de Julie (traducido como Las recetas de Julie), en la que Julie Andrieu recorre Francia para descubrir la historia de las diferentes regiones del país galo a través de la comida, me he dado cuenta, todavía más, de la necesidad de cuidar y fomentar el verde en nuestras ciudades. Sin duda, no es lo mismo pasar la cuarentena en un apartamento con un pequeño balcón a pasarla en una casa con espacio exterior, inimaginable pasarla en un entresuelo sin apenas luz. La diferencia entre tener o no un jardín en casa, esa es la cuestión. Por lo menos los que tenemos casa. ¿Qué pasa con los que no tienen donde quedarse?
Un jardín proporciona bienestar, pero también puede darnos comida. Y aquí entra el concepto de temporalidad aplicada al mundo vegetal, pero también de biodiversidad y de proximidad. Por ello, nuestros aplausos de gratitud son para los campesinos que con su trabajo abastecen los mercados de alimentos frescos para que nosotros podamos llenar la despensa, y así cuidarnos, igual o mejor, estos días de encierro. Que, por cierto, no hace mucho se les criticaba por manifestarse. Gente a la que la sociedad actual no suele reconocer su labor. Y es que, una cosa es tener un paquete de arroz extra, que no se estropea fácilmente, y otra guardar una col en la nevera, que a la semana empieza a debilitarse, pudiendo terminar en la basura. Una cosa más en la lista de cosas importantes: la frescura de los vegetales.
Para el futuro, ¿qué tal si proyectamos ciudades y periferias comestibles y sostenibles? La autosuficiencia alimentaria debería verse más como una solución real a futuras crisis, que como una utopía. Lamentablemente, existen demasiados intereses económicos por avaricia que impiden hacerlo realidad o empezar a legislar sobre ello, pero también muchos ciudadanos que les importa tres pepinos de donde procede su comida. Y así nos va.
Esta primera semana de aislamiento, he ayunado. Una de esas buenas intenciones que llevaba en la mochila, pero que aún no había tenido ocasión de ponerla en práctica. Se han dado las circunstancias idóneas para realizarlo: descanso y compañía. Además de salud, en octubre pasado me hicieron analítica de rutina y bien, y respecto al virus, ningún síntoma. Como mantra y antes de nada, siempre me recuerdo a mi misma: prudencia y sentido común.
Gastronomía líquida durante cuarenta horas, en el quinto y sexto día de cuarentena, traducida en agua, infusiones (tomillo y sauco, menta fresca y té genmaicha) y caldos (tanto vegetal como de pollo). Pero, ¿por qué cuarenta horas? La razón de que haya elegido este corto periodo de tiempo para esta primera experiencia, está relacionada con el origen de palabra ‘cuarentena’. Esta proviene de la frase italiana quaranta giorni, originada durante la peste negra y que significa ‘cuarenta días’. Por supuesto, cuarenta días hubieran sido una irresponsabilidad, así que cuarenta horas me pareció lo más sensato para empezar. Todo muy simbólico. Ha ido bien. Trabajo mental, descanso y poco más; ah, y un único alimento flotando por mi cabeza todas estas horas: el pan. Así que el primer bocado sólido fue una rebanada de pan tostado. El segundo, tortilla a la francesa y mantou. Ligereza crujiente y esponjosa para adentrarse en esta primavera que empezamos con una mente renovada, limpia y más abierta que nunca.
Esta breve iniciación al ayuno ha sido reveladora, si bien no lo contemplo en el futuro como algo a hacer de forma semanal, sino más bien como un ejercicio estacional, me ha recordado la importancia de reducir las porciones que comemos y dejar de saciar, con exceso, el apetito de comer y beber. Y en este nuevo contexto, tiene cabida la tradición del Hara hachi bu, una enseñanza desarrolla por Confucio, que se corresponde con una sencilla fórmula, “come hasta estar un 80% lleno”.
«Mucha flor en primavera, buen otoño nos espera».
– Refrán.
Que sirva esta ‘hibernación’ para despertarnos de esta sociedad contagiosa. Independientemente de como evolucione esta pandemia, esperamos que bien, la maquinaria comercial del capitalismo no dejará de girar, pero nosotros podemos empezar a cuestionar si merece la pena seguir con un estilo de vida basado en los excesos. Es momento de volver a poner en valor las relaciones entre nosotros.
Por lo que a nosotras respeta, que la naturaleza nos acompañe, ¡siempre!
Ahora más que nunca: inventario de la despensa, planificación de las comidas de la semana y lista de la compra. Todo para evitar salir lo mínimo posible. Nos toca a todos poner nuestro granito de arena.
#YoMeQuedoEnCasa