reflexiones, verano
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Verano

Culturalmente, el verano puede referirse a las ideas de madurez y abundancia. Representa la vida plena y la luz. Con su llegada se multiplican en el paisaje la cantidad de frutos, que se transformarán en deliciosas viandas, que disfrutaremos en la mesa.

Hace tres meses, iniciamos la primavera confinadas en casa y seguimos en ella, todo apunta a que el lunes empieza la nueva normalidad en todo el territorio, aunque como ya se está viendo la misma rutina de mierda de siempre. Una teletrabajó hasta mediados de junio, mientras que la otra empezó a trabajar como jardinera a mediados de mayo. Hasta el 30 de abril apenas pisamos la calle, solamente para subir comida y bajar residuos. Al mercado 1 vez a la semana y al supermercado cada 20 días, más o menos. El 4 de mayo incorporamos a esa rutina un paseo corto por el barrio en la franja horaria de la mañana. Empezaba la desescalada.

La última vez que estuvimos al pueblo fue a mediados del segundo mes del año en el calendario gregoriano, fue aquel fin de semana cuando recolectamos los primeros y únicos espárragos de la temporada. Así que no vemos a mis padres desde entonces. Igualmente, no vemos los padres de Noe desde últimos de febrero. El último contacto con amigos, antes del encierro, fue con Andrea y comimos en el Maro Azul, a quinientos metros de casa. Durante el confinamiento, coincidí con ella por casualidad en el mercado el miércoles después de Semana Santa. A pesar del aire circulando entre nosotras, fue emocionante. También con ella hicimos la primera cena en casa a finales de mayo y un paseo largo por el Parc Güell el 1 de junio. Sin duda, ha sido una primavera insólita.

«De brevas a higos, el calor y el verano estarán contigo».
– Refrán.

En el texto primaveral pedíamos aprovechar el encierro para sacar algunas lecciones valiosas frente a la oportunidad que se nos presentaba como sociedad, lamentablemente es poner el telediario y darnos cuenta que esto no ha servido para nada. La mayoría vuelve a lo de antes. Mismas actitudes, mismo todo.

En casa, nos hemos reafirmado, aún más todavía, en todo lo que pensamos y que se engloba en algo tan elemental como es la vida sencilla. Aparte de añorar ir a casa de nuestros padres, estar con ellos, compartir mesa, etc., el viaje lento en la furgoneta y todo lo que conlleva ha sido lo que más hemos echado de menos. Por ejemplo, como en la foto de portada, pasar la noche en un aparcamiento en medio de los Pirineos, para la mañana siguiente hacer el camino viejo de Queralbs a Núria. Y es que, los cuatro días de Semana Santa de este año, los hemos pasado en casa, lejos de la naturaleza, del mar, de la montaña. Con balcón, sí. Pero sin poder oler los árboles. Tampoco se han producido los primeros baños en nuestro refugio playero. Nada de eso ha sucedido aún.

Y sin embargo, el aburrimiento no ha tenido lugar. Hemos tenido el tiempo necesario para conceptualizar y editar todo el material fotográfico del año pasado y convertirlo en las nuevas publicaciones de Lindero Libros, nuestro otro proyecto. Esos trabajos creativos sin ánimo de lucro que uno hace para alimentar el alma.

Los antes olvidados han sido ahora los héroes. La pandemia ha visibilizado el trabajo del campo y las tareas rurales. Se han creado plataformas y los pequeños productores se han puesto las pilas. Buenas noticias.

La despensa se ha mantenido como siempre, ni más ni menos. Al igual que antes del confinamiento, nos hemos ceñidos a lo importante: los alimentos, poniendo énfasis en los frescos. Y por supuesto, algún que otro capricho de la sección de quesos y embutidos, galletas y alguna que otra cerveza de las llamadas artesanas. En relación a la fiebre de lo casero, hemos vuelto ha hacer pan, concretamente el clásico italiano pan cibatta, siguiendo las indicaciones de Ibán Yarza (en este enlace lo podéis seguir vosotros también). Por lo demás, hemos cocinado como siempre y hemos disfrutado de la comida como nunca. Y este verano no será una excepción.

«El que en verano no trilla, en invierno no come».
– Refrán.

En esta línea, la bebida por excelencia de los meses del calor, el gazpacho, ya ha hecho presencia en casa. Los primeros tomates de la temporada han empezado a desfilar por nuestros pasillos para convertirse en uno de los frutos más venerados de nuestra despensa. Las hortalizas inundarán de frescura los platos más consumidos del estío. Mientras que, las hierbas aromáticas frescas: albahaca, cilantro, menta, etc., perfumarán nuestras sencillas elaboraciones. Solo pensar en una caprese se nos hace la boca agua. Bendito es el ciclo de la vida.

Estamos agradecidas por lo que tenemos. Antes del confinamiento hablábamos de que no era lo mismo pasarlo en un lugar oscuro que en un lugar luminoso. Lo corroboramos: rayos de sol de la tarde entrando por la ventana, días calurosos con los ventanales abiertos de par en par, el balcón. El sol como comida, Mediterráneo.

Poesía para unos pocos, tragedia para muchos. La arquitectura tiene mucho pensar. Se ha visto que las casas son lugares para vivir, no solo para comer y/o dormir. Volver a empezar y diseñar espacios pequeños, funcionales y sin rincones perdidos. Luz. Mucha luz. Para nosotras, un hogar debe sentirse como tal aún estando vacío de trastos. Con el paso de los años, hemos conseguido un ambiente acogedor con pocas cosas, evitando así la máxima del capitalismo: convertir nuestras casas en museos de lo inútil. Lo importante es lo que sucede dentro de cuatro paredes, no lo que decora. Y en este sentido, la sobremesa. El acto por excelencia de las mesas mediterráneas, esas largas conversaciones entre dulces y licores que amenizan los mejores momentos de nuestras vidas. Me imagino la típica estampa veraniega con una mesa rústica bajo la sombra de una enorme parra. Los patios, las terrazas. Cuanta vida podrían albergar y cuán desaprovechadas que están.

Para el futuro, ¿qué tal si proyectamos ciudades verdes? Como jardinera hago el mantenimiento de jardines en azoteas. Cuando estoy ahí, pienso en que ojalá hubiera habido una en mi comunidad durante la cuarentena. Te abstraen de la ciudad, te trasladan lejos del bullicio. Son terapéuticos.

Dentro del caos siempre hay un orden. La vida cambia constantemente y lo único que podemos hacer es adaptarnos. Un hogar ordenado y limpio es sinónimo de mente relajada y tranquila.

Hemos empezado el día de hoy, primer día de verano, yendo al mercado. Trabajando las dos, el día de compra ha variado, pero no nuestra organización. Ir pronto al mercado el sábado, recién abiertos, significa encontrar poca gente, comprar a gusto. Con la misma filosofía de siempre: planificación de las comidas en la pizarra y lista con todos los alimentos necesarios, todo es mucho más fácil. En menos de una hora, en casa desayunando y con la compra hecha para toda la semana. Tras el desayuno, guardar los víveres y listo, una preocupación menos.

Por todo ello, dedicar el tiempo a cuidarnos a nosotros mismos es lo más preciado que podemos tener. Y este podría ser uno de los pilares de lo que en Japón conocen como ikigai, en Francia raison d’être y aquí razón de ser. Las prisas son inversamente proporcionales a la calidad de vida. Como dice un antiguo proverbio: «Caminando despacio se llega más lejos». Dando prioridad a la lentitud, la vida adquiere otro significado. Y la verdad es que no hay que estar constantemente haciendo cosas.

En breve volverán las mesas compartidas, aunque de momento solo contemplamos cosas en petit comité. Si la primera cena con amigos fue con Andrea, hoy nos devuelve la invitación y comeremos en su casa. Y es que la gastronomía cuando es compartida sabe mucho mejor.

«En verano no hay cocido malo».
– Refrán.

Para nosotras, esta «hibernación», ha servido. Previamente a la pandemia ya éramos muy de casa, así que no ha supuesto ningún esfuerzo permanecer en ella, todo por contribuir a minimizar la propagación del virus. El hogar es lo mejor que tenemos, una de esas cosas que nos hace humanos. Nuestro refugio. Por ello, nadie sin hogar debería ser el mantra de los que gobiernan. Junto con la defensa de lo público, que ya hemos podido ver que se sostiene con alfileres. Si no hubiera sido por el trabajo incansable de los currantes: personal de limpieza, sanitarios, personal de la alimentación… sin duda, todo podría haber sido peor. Desde aquí gracias por soportar lo insoportable y sufrir lo insufrible.

Como ya dijimos en la época del florecimiento: Por lo que a nosotras respeta, que la naturaleza nos acompañe, ¡siempre!

Tanto es así que desde hace unas semanas hemos empezado a bendecir la mesa al son de la máxima: «Gracias Madre Tierra por estos alimentos».

#YoMeQuedoEnCasa

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